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El conflicto del TIPNIS y sus implicaciones civilizatorias (CIDOB, 23.5.13)

“Se trata de un conflicto que nos coloca al frente del desafío de desarrollar marcos analíticos que superen las tradiciones de pensamiento hegemónicas hasta aquí marcadas por la colonialidad del saber y del poder, con su geopolítica de conocimiento propia (eurocentrismo)”, dicen en un ensayo sobre el tema los investigadores Carlos Walter Porto-Gonçalves y Milson Betancourt Santiago. Descargue el documento completo.

CIDOB / 23 de mayo de 2013

Carlos Walter Porto-Gonçalves* y Milson Betancourt Santiago** – En el corazón de América del Sur, en el pie de monte andino-amazónico de Bolivia, más específicamente en el área conocida como TIPNIS – Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure-, se juega en este momento una batalla de significativas implicaciones no sólo teóricas y políticas, sino también civilizatorias. Se trata de un conflicto que nos coloca al frente del desafío de desarrollar marcos analíticos que superen las tradiciones de pensamiento hegemónicas hasta aquí marcadas por la colonialidad del saber y del poder, con su geopolítica de conocimiento propia (eurocentrismo). (Lander, 2006 [2000]).

La razón inmediata de este conflicto se debe a la iniciativa tomada en 2007 por el gobierno boliviano de construir una carretera que atraviesa el TIPNIS por la mitad. Es importante señalar que El TIPNIS está en el origen del nuevo ciclo de luchas que se instauró en Bolivia cuando, en 1990, a través de la I Marcha por la Dignidad, por la Vida y por el Territorio, los indígenas de las tierras bajas y de la Amazonía se colocan como protagonistas en la escala nacional.

En el TIPNIS, diversas escalas geográficas se imbrican de modo complejo, desde la escala local-regional, hasta la escala global, intermediadas directa o indirectamente por las escalas nacional y subcontinental, en un momento de reconfiguración geográfica del sistema mundo moderno-colonial capitalista.

Las escalas, no actúan por sí mismas. Ellas indican lugares de acción/enunciación de discursos de etnias/grupos/clases sociales, que se conforman en sus relaciones y que, incluso, se reafirman por medio de las escalas que constituyen. La tradición teórico-política hegemónica, de matriz eurocéntrica privilegia desde el siglo XIX la escala nacional y, así, invisibiliza otros lugares de enunciación/de prácticas a través de las cuales otra/s etnias/grupos/clases sociales se realizan (Porto-Gonçalves, 2002 y Lafont, 1971 [1967]). El
constructo Estado-Nación es el lugar privilegiado de afirmación de la alianza entre la burguesía y los gestores (juristas, militares, agentes financieros, planificadores geógrafos/arquitectos/economistas/ingenieros entre otros). Aunque Marx haya afirmado que “el capital no tiene patria”, el Estado, con su fundamento en la soberanía territorial (desde el tratado de Westfalia de 1648) ha sido esencial, por lo menos hasta hoy, como guardián de la propiedad.

El sistema mundo moderno-colonial está constituido por dos lógicas fundamentales – la lógica territorial y la lógica del capital-, tal como bien lo observó Giovanni Arrighi(1), lógicas que son complementarias, pero que pueden ser contradictorias en determinadas circunstancias histórico-geográficas.

El carácter moderno-colonial del sistema mundo atraviesa sus diversas escalas, incluso nacional con su “colonialismo interno” (Casanova, 2006 y Lafont, op.cit.), produciendo “un desperdicio de la experiencia” (Sousa Santos), al invisibilizar otros mundos, otros segmentos sociales que se conforman en otras escalas, otros lugares, otros espacio-tiempos subnacionales. Esto nos coloca al frente de un doble desafío teóricopolítico el de buscar comprender esas imbricaciones escalares y, al mismo tiempo, superar la separación espacio-tiempo. Solo así será posible entender la relevancia implicada en el conflicto del TIPNIS, aun más, en un momento de bifurcación histórica que, como suele acontecer, se constituyen en momentos de reconfiguración de las relaciones sociales y de poder, así como de los espacios, sus lugares, sus regiones.

Varios autores, entre ellos Immannuel Wallerstein y Giovanni Arrighi, vienen llamando la atención sobre el hecho que, desde los años 1960, el sistema mundo habría ingresado en un “caos sistémico”, “una situación de total y obviamente irremediable ausencia de organización. Es una situación que surge porque el conflicto aumenta más allá del umbral en que se desencadenan poderosas tendencias correctoras, o porque un nuevo conjunto de pautas y normas de comportamiento se impone sobre un conjunto más antiguo de pautas y normas sin desplazarlo totalmente o crece en el interior del mismo, o bien por una combinación de estas dos circunstancias. Cuando el caos sistémico se incrementa, la demanda de “orden” – el viejo orden, un nuevo orden, ¡cualquier tipo de orden!- tiende a generalizarse cada vez más entre quienes ejercen la dominación, entre los sujetos sometidos a la misma o entre ambos. Al Estado o al grupo de Estados que se hallen en condiciones de satisfacer esta demanda sistémica de orden se les presenta la oportunidad de convertirse en potencias hegemónicas mundiales” (Arrighi, 1999: 46).

La caracterización de Arrighi de “caos sistémico” nos permite visualizar un cuadro político en reconfiguración en el que, por primera vez desde 1492, el Atlántico Norte ve su centralidad amenazada, por la importancia que países como China, India, Rusia, Brasil, Sudáfrica comienzan a desempeñar a partir de 1990, y más visiblemente desde el 2000. En una situación de caos sistémico, la lógica territorial que daba soporte al orden en crisis, también está en transformación. Así, los lugares están siendo reconfigurados y pueden ganar dimensiones de altísima relevancia si son portadores de un determinado orden, como nos parece es el caso del TIPNIS, que galvanice corazones y mentes apuntando hacia nuevos horizontes de sentido para la vida “frente a la demanda sistémica de orden” – el viejo orden, un nuevo orden, ¡cualquier orden! En ese cuadro, no solamente “cualquier estado o grupo de estados” son protagonistas, aunque continúen teniendo un papel importante, sino que también otros protagonistas pasan a tener un lugar al señalizar la posibilidad de “un nuevo orden”, como parece ser el caso de los movimientos sociales que
surgen desde finales de los años 1960, (movimiento ecológico, descolonización, derechos civiles, antiracismo, feminismo, entre otros) y desde los años 1990 (nuevamente) el movimiento indígena y campesino.

En este ensayo, procuraremos mostrar como en el conflicto del TIPNIS los movimientos sociales, en este momento, protagonizan una lucha local, regional y nacional, con significativas implicaciones políticas globales y civilizatorias.

Con este objetivo hemos utilizado la tesis defendida por el geógrafo Milton Santos de que el espacio geográfico se caracteriza por abrigar una compleja “acumulación desigual de tiempos”, la “contemporaneidad de lo no coetáneo”. Esta perspectiva nos permite superar uno de los mayores obstáculos epistemológicos heredados de las tradiciones de pensamiento eurocéntricas: la linealidad temporal. En fin, en el espacio conviven múltiples territorialidades/temporalidades al mismo tiempo y por eso no tiene sentido situar los espacios, las regiones, los lugares y los grupos sociales que los habitan dentro de una línea temporal, como si existiesen pueblos y/o regiones atrasados y/o adelantados. Un análisis de este tipo, característico de la colonialidad del saber y del poder, de matriz eurocéntrica, niega otras 4 temporalidades/territorialidades ajustándolas a una única temporalidad, la del sujeto de ese discurso – el europeo, blanco, burgués y patriarcal. Los pueblos originarios de Abya Yala/América, de África, de Asia y de Oceanía, llamados de nativos/indígenas/aborígenes, no son y nunca fueron atrasados o adelantados, pues siempre fueron contemporáneos de los momentos que les correspondió vivir. Situarlos en otro tiempo es hacerlos ausentes del tiempo presente y así, negarles la prerrogativa fundamental de la política que, segundo Hanna Arendt es el poder de la iniciativa(2) de la acción, puesto que no están aquí y ahora para hacerlo.

La lectura que privilegia el tiempo en detrimento del espacio jerarquiza entonces las escalas, los lugares, las regiones, en el mismo movimiento que jerarquiza las etnias y grupos/clases sociales y sus espacios, como se constata con la subvalorización/descalificación de lo local y de lo regional en nombre de lo nacional y de lo supranacional, en donde lo local/regional es desprovisto de universalidad. Lo universal, en ese caso sería atópico, de ningún lugar. Lo mismo se percibe con las lenguas minoritarias al interior de las fronteras territoriales de los estados, casi siempre llamadas de dialectos; de la cultura no-céntrica y nohegemónica llamadas de folklore, como si fueran de un nivel inferior. La colonialidad del espacio comienza con su colonización por y desde un espacio-tiempo determinado.

Vivimos en un periodo histórico de “caos sistémico” en el cual un determinado orden ya no controla las condiciones de su reproducción y así, es un momento de encrucijadas donde se abren varios caminos posibles, por tanto, lugar/momento de elecciones/decisiones. En este contexto de “caos sistémico” los mapas cognitivos conocidos, no se muestran adecuados frente a “mares nunca navegados”. La expresión, del siglo XVI, es oportuna. Al final, vivimos en un momento de bifurcación histórica tal como aquel. El paisaje que se configura en nuestra frente exige nuevos mapas cognitivos y en el horizonte se presentan puntos de referencia. El TIPNIS bien puede ser uno de ello

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(*) Carlos Walter Porto-Gonçalves es Doctor en Geografía por Universidad Federal de Río de Janeiro. Es Profesor del Programa de Posgrado en Geografía de la Universidad Federal Fluminense en Brasil.

(**) Milson Betancourt Santiago. Actualmente doctorante en Geografía de la Universidad Federal Fluminense en Brasil. M.A en Estudios Interdisciplinarios de América Latina de la Freie Universität Berlin en Alemania. Especialización en Derechos Humanos de la Universidad Andina Simón Bolívar en Ecuador. Graduado en Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador junto a movimientos sociales indígenas y campesinos en Colombia, Ecuador y Bolivia, especialmente sobre conflictos por tierra-territorio y transformaciones socio-espaciales en territorios rurales.

1) Giovanni Arrighi en su libro El Largo Siglo XX nos habla de esas dos lógicas, a saber: (1) La “lógica del capital” comandada por la formula D-M-D’ y (2) la “lógica territorial” para lo que usa la fórmula T-T’ para indicar las estrategias de buscar mayor control del espacio, sur recursos y sus gentes. La “lógica territorial” se afirma sobretodo a través de los estados territoriales que son la base del sistema inter-estatal del sistema mundo que se consagra a partir del Tratado de Westfalia, de 1648. Así, el “estado territorial” se constituye como la forma geográfica de organización del poder donde el principio de soberanía territorial se vuelve central en el derecho internacional.

2) En las sociedades europeas hasta la Revolución Francesa, la prerrogativa de la iniciativa de una acción, el acto de “principiar” era una prerrogativa del Príncipe. En fin, era el Príncipe el que principiaba. Le correspondió a la filósofa H. Arendt explicitar ese carácter fundamental del ser/hacer político, o sea, la prerrogativa de la iniciativa de la acción. El príncipe entonces abandona el castillo!