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El pensamiento de Elizardo Pérez

Segundo encuentro: El ayllu y la marka 

La marca indígena era el conjunto de diez ayllus, base del sistema decimal introducido por los inkas, y que se hallaba a cargo de la autoridad de los mallcus o curacas. Estos tenían tuición sobre los camayus o jefes de grupos de diez, cien o mil familias, según hemos visto anteriormente. Los camayus dependían de los mallcus, estos de los capac o virreyes, y estos del inka. 

Cada unidad agraria y social tenía su representante en el consejo local del ayllu, donde se deliberaba sobre los asuntos de su jurisdicción, y cada ayllu tenía su representante en el consejo administrativo, o sea en la ulaka, presidida por el mallku. Los españoles encontraron en esta organización una sorprendente semejanza con sus sistemas comunitarios, por lo que no les fue necesario crear nuevas instituciones, a las que únicamente les cambiaron de nombres» 

La marca, según hemos dicho, pasó a denominarse comunidad en la colonia, nombre con el que hoy se conocen sus ya debilitadas formas. El Cabildo colonial no era sino la «ulaka», esto es, el consejo representativo de los ayllus o «jathas», estos a su  vez por diez estancias. 

Para comprender la excelencia del sistema, conviene explicar  un poco más el mecanismo de la institución. Ya hemos visto que el tupu es la unidad económica agraria de la familia y que la reunión de tupus hacía la sayaña, esto es, la familia consanguínea; el conjunto de familias y sayañas componían el ayllu, y la reunión de ayllus integraba la marca, lo que los españoles llamaron comunidad. Muchas de estas marcas fueron entregadas al encomendero. Por lo tanto, gran parate de las fincas o latifundios que pertenecen a individuos particulares, (hasta 1953) no son sino comunidades o marcas absorbidas por el sistema actual. Pero su función interna es absolutamente inkaica, ancestral, por sus autoridades, sus formas de convivencia social, aprovechamiento de la tierra, servicios, etc.

Los dos jefes de igual categoría coexistentes en la marca inkaica tampoco fueron suprimidos, subsistiendo estas personalidades (mallcus o curacas) en extensas regiones de Bolivia… Los indios continuan dando el nombre de «marca» a la aldea colonial  (llajta, en quicua). En ella cada ayllu tiene su barrio, manteniendo todas las formas de su organización de trabajo.

El «Parlamento Amauta» creado en la escuela de Warisata no era sino la «ulaka», con similares funciones, siendo el Núcleo escolar una reviviscencia de la «marka«. El éxito de la escuela indigenal boliviana reside, precisamente, en no haberse apartado de las ancestrales formas de organización social y de trabajo características del indio.

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Ha sido necesaria una larga convivencia con el indio altiplánico y el de los valles, recorriendo el país en todas direcciones, estudiando cuidadosamente los diferentes aspectos de su organización social, para orientar los primeros pasos de los encargados de formular una tesis que, al ser presentada por primera vez en la Universidad de La Paz, en 1937, produjo asombro y alarma. Se sostenía en esa oportunidad que la comunidad indígena era la unidad económica y social de origen ancestral, que hoy constituye la finca o hacienda. Esa unidad económico – social no es otra cosa que la  yuxtaposición de ayllus o pequeñas propiedades comunales, estrictamente aborígenes. Por otra parte, observando el ayllu libre, fue fácil comprobar que tampoco en él se había realizado ninguna transformación bajo la influencia española y que seguía actuando el sistema inkaico, aunque relevado de la obligación de cultivar la parcela del inka; y que la autoridad de los jilas, ciertas prácticas religiosas, el uso de las tierras comunes de sembradío, de los jalsus o abrevaderos, todo permanecía como cuando los españoles invadieron tierras a los encomenderos y a los indios y la entrega en usufructo – sin derecho de propiedad – constituyen innovaciones coloniales, estas medidas no se apartan en nada del sistema agrario preestablecido. Más tarde Bolívar dio a los indios propiedad individual de aquellas parcelas de tierra, destruyendo en parte el organismo totalizador de la jatha como unidad económico social que es la hacienda boliviana, organismo de aprovechamiento económico colectivista, la fuerza de cohesión espiritual de su clase y de su raza. 

Hasta la utilización de servicios personales en beneficio municipal, tributación altamente organizad durante el Inkario, fue adoptada por los españoles, y en forma de mitas, de servidumbre al corregidor, al cura, etc., los indios han venido sufriendo en sus espaldas la ominosa tarea de conservar y engrandecer naciones que no les reconocían en la realidad, aunque en la letra así lo hicieran, ningún derecho humano. Y aunque el indio ha mantenido siempre un profundo amor por la libertad, se había habituado a aquellos servicios que consideraba una forma de tributo social. Al crearse la escuela indigenal boliviana, se consiguió que  toda esa gran fuerza se utilizara voluntariamente a favor de las tareas escolares, naciendo entre los indios la emoción de una nueva  causa, el sentido de una nueva vida en la que, sin embargo, se mantenían por entero sus tradiciones sociales y de trabajo. Lejos de ser una práctica viciosa la del trabajo gratuito de los indios aplicado a la escuela, cobraba para ellos el sentido de una revitalización de su personalidad hasta entonces encubierta por la servidumbre; el indio, trabajador de por vida, trabajaba esta vez por su propia liberación, convertida su escuela en el punto eminente del ayllu. 

En todo este condicionamiento, superviviente a la colonia y la república, se ha mantenido la ingenua naturaleza primitiva del grupo indígena. Su mundo mental es reducido. No conoce las torturas del escepticismo; cree en un dios providencial: la tierra; en un dios voluble: el cielo. El primero es Pachacamac, el segundo Hunanpacha: tierra alta y tierra baja. El mundo está lleno de diocesillos que son demonios infantiles: los anchanchos y los juturis; el achachila y el karisiri. Dioses fruto de una imaginación elemental, no han enturbiado su espíritu. La religión católica no ha eliminado esas creencias: se ha incorporado a ellas, y en cierto modo, el catolicismo de las fiestas indígenas utiliza los elementos vernaculares con profusión y riqueza, en visiones panteístas, de espléndido respeto a la naturaleza, donde el indio lo venera todo, con humildad y miedo, en una praxis de ingenuo materialismo, que deviene a la vez en bondad y energía, en la creencia en un destino y en la rebeldía constante. 

El espíritu del indio ha sobrevivido; misión de la escuela indigenal es darle uñeta vitalidad, modernizarlo sin abandonar su tradición, civilizarlo sin destruir su vieja cultura ni sus instituciones. Sólo así cumplirá un papel histórico, salvando a uno de los pueblos más admirables del pasado, esencia y médula del porvenir de América.   

 

En nuestro próximo encuentro: Avelino Siñani «la encarnación de la doctrina inkaica». 

 

Enlaces

1.- Quijotadas

2.-  Presentación

3.- Pensamiento de Elizardo Pérez

4.- Una contribución a la lucha contra la corrupción   por Antonio Ormachea Méndez

5.- El dulce milagro de Juana  de Ibarbourou por María Victoria Pérez Oropeza

6.- Una alianza para cuidar la tierra. Por la Unión Internacional  Para la Conservación de la Naturaleza.

7.- Festival Internacional de Teatro de La Paz. Por Juan de Recacoechea

8.- Conozca la ley